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Dioses y Mitos
¿Qué es lo bello? Un breve análisis filosófico
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¿Qué es lo bello? Un breve análisis filosófico

Valores Trascendentales, Platon, Aristóteles, Tomas de Aquino, Kant, Nietzsche y Humberto Eco.
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La belleza ha sido considerada, desde la Antigüedad, no como un simple gusto personal ni como una categoría estética menor, sino como uno de los grandes valores trascendentales.

Junto con unum —la unidad—, verum —la verdad— y bonum —el bien—, el pulchrum —lo bello— ha sido uno de los valores más tracendentales para los humanos. Entonces, no es una propiedad añadida a las cosas, sino un modo fundamental del ser. ¿Porque? ¿Por qué nuestra especie valora tanto la belleza?

La etimología latina revela una pista: bellum, belleza en latín, deriva de bonus, que significa bueno en latín, sugiriendo que lo bello es una forma visible de lo bueno o un tipo de bondad menor.

Lo bello no se opone a la ética ni a la verdad. Para algunos lo bello es un tipo de verdad que se deja ver, el bien que se vuelve forma.

Esta postura está profundamente conectada a la tradición neoplatónica y escolástica, y sigue siendo importante hasta para nuestros debates contemporáneos.

Entonces, si lo bello es una forma del ser, ¿Qué lo hace tal? Vamos a ver algunas teorías.

Platón diría que lo bello no está en las cosas sensibles, sino que estas participan de la forma de la Belleza. Las formas de Platón son Ideas eternas e incambiables. Lo que percibes como bello —un rostro, una canción, o una idea matemática— te recuerda una forma perfecta tu nuestra alma ya conocía. La belleza, en este sentido, sería un recuerdo de nuestras almas, que son inmortales.

Piensa, por ejemplo, en la música de Chopin o de Beethoven. Suena a veces simples, casi transparentes… pero te mueven profundamente. ¿Por qué será? Platón diría que esto sucede porque te devuelven a un orden que está más allá de lo visible. Algo que no se explica, simplemente se reconoce.

Aristóteles, por otro lado, nos ofrece una definición más técnica: el “kalon” —lo bello— es lo que tiene orden, proporción y delimitación. Es decir, lo que está completo en sí mismo. La belleza no es solo una cuestión de emoción, sino de estructura formal. Y no se refiere solo a lo que agrada a la vista, sino a lo que es noble, admirable y moralmente valioso. Es un concepto ético, estético y hasta político al mismo tiempo.

Un ejemplo claro está en la escultura griega clásica. Los cuerpos están idealizados, sí, pero no por vanidad, sino porque representan la forma perfecta del cuerpo humano en movimiento. Cada músculo, cada gesto está calculado con precisión matemática. Y eso produce placer visual, pero también un placer, intelectual. Aristóteles ve la belleza como armonía.

En la Edad Media, esta visión se profundiza con Tomás de Aquino. Para él, lo bello es “id quod visum placet” —lo que complace al ser visto—, pero no por simple agrado, sino porque revela el esplendor del ser, nuestra divina majestuosidad. La belleza, en este caso, es teológica: algo es bello porque manifiesta el orden divino.

La arquitectura gótica, por ejemplo, expresa esta idea de forma literal: la catedral de Notre Dame, no solo busca alzar la vista al cielo. La luz que entra por los vitrales, los arcos apuntando al infinito, todo eso es un intento de hacer visible aquello invisible. De hacer que el ser resplandezca.

Ahora bien, como te imaginas correctamente, la modernidad pone esta idea en crisis.

El filósofo alemán del siglo XVIII Immanuel Kant argumenta que la belleza no es una propiedad objetiva de las cosas, sino un juicio estético.

Lo bello es aquello que, al ser contemplado, produce un placer desinteresado.

No queremos poseerlo ni usarlo: simplemente lo admiramos y listo. Y ese juicio estético, aunque subjetivo, reclama una validez universal.

Este tipo de belleza está presente en una escena cualquiera que no busca ser espectacular: una flor en un campo vacío, una composición de Monet, o incluso una toma larga y silenciosa en una película de David Lynch.

Según Kant, la belleza no necesita explicación, ni utilidad, ni drama. Solo estar ahí y tener una apreciación estética.

Nietzsche, por otro lado, rompe con toda idealización, así como lo hace en muchas otras cosas. Para él, la belleza no es equilibrio, sino exceso. No es orden, sino fuerza vital. Decía que “tenemos el arte para no morir de la verdad” y tal vez tenía razón. En ese sentido, la belleza es una afirmación de la vida, incluso en lo trágico.

Piensa en películas de Tarantino, o en pinturas de Goya. No son especialmente agradables. No buscan calmar. Pero no por eso dejan de ser bellas. Hay una belleza en el desgarramiento, en lo grotesco, cuando nos confronta con lo real de forma directa. Nietzsche diría que eso también es afirmación de vida. No una vida cómoda, sino una vida intensa.

Finalmente, en tiempos más recientes, pensadores como Umberto Eco han insistido en que la belleza no es universal ni eterna, sino histórica. Cambia con las culturas, con las épocas, con los discursos.

Lo vemos claramente en el arte contemporáneo. Desde Marcel Duchamp firmando un urinario como si fuera una escultura, hasta la abuela del arte de actuación, Marina Abramović sentada en silencio frente a extraños durante horas.

Estas son formas de belleza que no buscan gustar, sino existir. Nos hacen repensar qué es lo bello, quién lo decide, y por qué.

Y sin embargo, seguimos buscando belleza.

No como un lujo. No como algo decorativo.

Sino porque en la belleza sentimos, aunque sea por un segundo, que todo tiene sentido.

Hay belleza en el amanecer visto desde una carretera solitaria.

En un poema que te rompe por dentro.

En el rostro de alguien que ya no está.

En el silencio, cuando llega después del caos.

(…)

Tal vez por eso, la belleza no ha dejado de cautivarnos como especie. Porque, aunque ya no sepamos definirla con precisión, seguimos sospechando que, donde hay belleza… hay algo más. Algo que amerita nuestra atención.

La belleza parece ser algo que no se impone, pero llama.

Que no se explica racionalmente, pero que se entiende a nivel perceptual.

Tal vez es algo que no se puede definir, pero de cualquier manera, nos cautiva.

Gracias totales por leer (o escuchar).

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Por mi propia mano,

MBR

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